Edad aprox. a partir 6 años
Una noche de invierno nevaba en Igualada. Vísperas de Navidad.
Las luces de las calles humeaban de frío y la gente caminaba encogida por la Rambla.
Cada uno buscaba inquieto su hogar caliente y acogedor, hasta que, a media noche en punto, se cerró la última cerradura de la última puerta y la ciudad quedó completamente desierta.
Silbaba el viento entre los plataneros que hacían filigranas para sostener la nieve. Las copos se columpiaban, parsimoniosos, caían desde el cielo escogiendo con paciencia el lugar de tierra para ponerse.
Silencio. Más silencio y un chasquido.
De la punta de la aguja del campanario de Santa María prendió una centella. Y, entonces, volvió a pasar.
Lo vieron los ojos del Marco que miraban desde una ventana con la punta de la nariz clavada en el vidrio helado.
Y también lo notó la abuela del primero que se levantaba, pesada.
La chispa hizo estrellitas de tres colores, muchas.
Se esparcieron, fachada abajo. De Santa María a la plaza del Ayuntamiento, bajo las arcadas, por Santa Anna y hasta el Rec.
Y dejó de nevar.
Y vinieron ellos.
Ángeles pequeños como mariposas blancas, cientos.
Miles de de alas minúsculas, sacudiéndose purpurinas. Revoloteando, escurridizas, deslizándose. Buscando fisuras, ranuras, agujeros. Entrando en las casas, buscando personas.
Como siempre hacen.
Es lo que hacen los angelitos de Navidad cuando vienen porque alguien, de verdad, les ha rogado.
..
Una noche de invierno, en Igualada, de no hace muchos años.
Un niño pequeño, que se llamaba Marco sentía añoranza. Se durmió con el llanto, al pie de un ventanal, esperando y deseando.
Hasta que, más allá de la media noche, besos como infinitas plumas le cosquillearon la frente y le devolvieron la paz al corazón.
Lo vieron dos palomas que se acurrucaban.
Y también una señora, la del primero, que sonrió por él.
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