No sé cuando empecé a deshojar margaritas. De niña, supongo.
Debió ser a partir del instante en que tuve la certeza de que debía encontrar “el amor de mi vida” para ser feliz para siempre. Esta era la misión, pues.
Crecí, como mis amigas, entre cientos de “me quiere/no me quiere”. Montones de margaritas calvas y de pétalos al viento. Aiiiiiishhh.
Así fue hasta que un día, por casualidad, me equivoqué en el verbo. O quizás no, quizás no me equivoqué, quizás acerté. Y entonces le pregunté a la inocente florecita: ¿Me quiero o no me quiero? Y lo supe.
El único camino a la felicidad es el amor propio.
Nadie puede, ni debería poder, quererte más que TU misma.
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