Nadie puede considerarse abandonado si la persona que nos deja no lo hace con la expresa voluntad de prescindir de nosotros definitivamente.
Si te vas a cenar, no abandonas a tus hijos. Y por si tienes dudas, a cuidar de ti (relaciones sociales incluidas) tienes tanta obligación como de ir a trabajar.
Si no piensas irte definitivamente, no les hagas creer lo contrario: Despídete moderadamente.
Sin exageraciones ni dramatismos. Por un «hasta luego» de unas horas, con una sola vez debería ser suficiente.
Vete feliz si a lo que vas es a pasarlo bien porque, cuando vuelvas, llegarás a ellos siendo una persona más completa y, en consecuencia, una madre o un padre mejor.
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